Siempre la ayuda terapéutica será una gran opción; puedes escribir cartas para desahogarte, practicar deporte, meditar, gritar, bailar, cantar y hasta golpear el cojín.
“Lo encontré en la cama con mi mejor amiga”, “le di todo mi amor y me robó el dinero que tenía en el banco”, “habló tan mal de mí que me corrieron de mi trabajo”.
Muchas son las historias de terror donde quedamos con la necesidad de justicia.
Por Montserrat Rivera Sena
¿Has deseado que esa persona que te hizo tanto daño pague de alguna manera?
Yo sí. Y aunque en un principio sentí vergüenza, culpa y me consideré una persona horrible, con el corazón podrido, después pude entender que es completamente humano tener este deseo.
Cuando sentimos que nos hieren, que lastiman nuestra salud física, emocional o mental, es inevitable y legítimo, querer justicia, pues generalmente quedamos en estados profundos de devastación, depresión, baja autoestima y con sensación de pérdida.
Por lo tanto, tenemos que vivir un duelo, y una de las etapas es la ira, donde tenemos impotencia porque aquella persona que tanto nos afecto va por la vida como si nada hubiera sucedido y “saliéndose con la suya”.
Permítete sentir esa furia, no quieras ocultarla o reprimirla, es normal que quieras defenderte y no quedarte con los brazos cruzados. Pero cuando el nivel de enojo vaya bajando, busca desapegarte de la persona que te lastimó, de todo lo que haya hecho y de lo que acontezca en su vida.
No esperes impaciente ni te obsesiones con que pague, no intentes hacer justicia por tu propia mano porque te lastimarás más.
Si el caso lo permite y lo amerita, actúa legalmente para reparar el daño pero no para vengarte. No te conviertas en una persona igual a esa que te ha lastimado.
Siempre la ayuda terapéutica será una gran opción; puedes escribir cartas para desahogarte, practicar deporte, meditar, gritar, bailar, cantar y hasta golpear el cojín.
Las personas que actúan con saña, crueldad o dolo, pagan lo que hicieron cada uno de sus días, pues aunque no logren reconocerlo, en realidad guardan emociones que les afectan mucho física, emocional y mentalmente.
Y si nos detenemos a reflexionar, ¿para qué querríamos que el otro sufriera? Eso no aliviará nuestro dolor ni nos devolverá lo que perdimos, solo agregaríamos más sufrimiento al mundo y es lo que menos se necesita.
En cambio, podemos hacernos responsables de nuestras emociones, trabajarlas, aprender de las experiencias, abrir los ojos y solo permitir la entrada a nuestra vida a personas que estén dispuestas a compartir amor, risas y buenos momentos.
Bienvenida la vida, bienvenida la libertad. Feliz nuevo comienzo.