Definir y poner límites no es popular ni está de moda. Al contrario, tenemos la costumbre de anteponer las necesidades de otras personas a las nuestras; de decir “sí”, cuando en realidad queremos decir que “no” y viceversa.
Que difícil resulta poner límites para la mayoría de las personas. A veces sentimos que si lo hacemos, nos van a “mal mirar”, dejaremos de ser “buenas personas” o perderemos el amor del otro.
Por Montserrat Rivera Sena
Definir y poner límites no es popular ni está de moda. Al contrario, tenemos la costumbre de anteponer las necesidades de otras personas a las nuestras; de decir “sí”, cuando en realidad queremos decir que “no” y viceversa.
Cuando nuestras necesidades no están cubiertas y no somos capaces de hablar de ellas y priorizarlas, surgen las emociones que no nos gustan y con ellas un caos.
Intentando no ser egoístas, complacer a otros y otras, y encajar en sus vidas, todas nuestras necesidades se van posponiendo e inevitablemente llegará el momento en que nos envuelva una terrible frustración, enojo, rencor, resentimiento, odio, depresión y mucho más.
Podemos tener muchas necesidades, desde las más básicas y elementales, hasta otras que ni siquiera nos damos cuenta que son necesidades, como la libertad, la privacidad, el amor.
Por ejemplo: “tengo necesidad de ir al baño y no aguantarme”, “quiero salir a platicar con mis amigas porque tengo necesidades de entretenimiento y diversión”, “deseo hacer una pausa en mi vida porque tengo necesidad de descanso”, “necesito un abrazo y saber que no estoy sola”, etc.
Contrario a lo que parece, poner límites es saludable y estamos previniendo llegar a momentos en donde el hartazgo sea tanto, que reaccionamos agresivamente.
Bienvenida la vida, bienvenida la libertad. Feliz nuevo comienzo.